Desde sus alturas, observaron siglos de oleajes, incursiones y calmados atardeceres, dejando su huella en el paisaje y en la memoria colectiva.
En Benajarafe, la imponente Torre Gorda vigila el horizonte, robusta y firme como un guardián incansable. No muy lejos, la Torre de Chilches se yergue con elegancia, sus piedras rezumando historias de vigilancias pasadas y el sonido de los tambores alertando de peligros inminentes.
La Torre de Lagos, por su parte, parece emerger de los mismos sueños del mar, con su silueta destacándose contra el cielo azul. A su alrededor, el rumor de las olas susurra secretos de tiempos lejanos, donde marineros y pescadores encontraban en ella un faro de protección y guía.
En Mezquitilla, la Torre Derecha se levanta como una fiel testigo de la historia, recordando los días en que sus almenas servían de vigía y defensa. Y en Almayate, las torres Manganeta y del Jaral se encuentran en un diálogo eterno, sus estructuras hermanas compartiendo el silencio y la calma de la costa, manteniendo una vigilancia constante y silenciosa.
Cada una de estas torres es un eco de la rica herencia del litoral, testimonio de la estrategia defensiva de antaño. Pese a los siglos transcurridos, su presencia sigue imponente, hablando de una época en que la tierra y el mar estaban en constante vigilancia y protección. Son monumentos de piedra que susurran historias de valentía y resistencia, invitando a quienes las visitan a imaginar las vidas y eventos que una vez definieron sus muros