La Carlina tiene una historia novelesca. Lo que fuera un humilde cortijo o casa de campo con una viña alrededor, a las afueras de Constantina, cambió radicalmente a principios de los años 50, cuando fue comprada por Léon Degrelle (1906-1994). Degrelle, político belga y oficial de las Waffen SS, estuvo exiliado en España después de la II Guerra Mundial. En este paraje construyó partir de 1952 una casa palacio para su uso personal, además de otras edificaciones. El edificio destacó desde el primer momento en el paisaje urbano y natural, siendo conocido como El Castillo Blanco y convirtiéndose en uno de los símbolos de Constantina.
Degrelle dotó a la vivienda de importantes obras de arte (se dice que hubo un Zurbarán en sus salones) y creó en su entorno maravillosos jardines donde hubo hasta catorce fuentes decoradas con azulejos arabescos y cerámicas sevillanas. El área del jardín estaba limitada por dos entradas, con grandes pórticos en estilo neoclásico y mudéjar, además de un maravilloso mosaico de inspiración romana con el mapa de Bélgica, la patria de Degrelle.
Después de diversos avatares económicos y cambios de propiedad han sido necesarias diversas adaptaciones y obras para recuperar y transformar el antiguo palacete en hospedería monástica. Duraron desde el año 2004 al 2008. El arquitecto, Luis Pérez-Tennessa, ha sabido conjugar los elementos antiguos de las edificaciones y dotar de elementos nuevos. Por ejemplo, la espadaña que enseñoreaba la plaza de la Carretería está ahora formando parte de la fachada de la iglesia. También se han trasladado algunas de las puertas de madera más nobles que han sido colocadas en los lugares más significativos del monasterio como el refectorio. La anterior reja del coro de la iglesia es la que sirve en La Carlina para dar entrada al compás del nuevo monasterio. La torre blanca, el jardín con abundantes palmeras y fuentes que le dan un aire árabe, han servido de base al nuevo monasterio.
Se ha restaurado la torre, uno de los símbolos del pueblo. Sus blancos muros se elevan con elegancia en el entorno del parque natural de la Sierra Morena con sus colinas de olivos, encinas, madroños y castaños, como si de una torre del homenaje se tratara, destacando su aire de exotismo. Dos campanas, llamadas Esperanza y de la Paz, invitan a la oración y la alabanza desde la torre blanca. El jardín ha quedado a modo de claustro central del monasterio. La hospedería se ha construido aprovechando el desnivel del terreno, de modo que queda unida al edificio pero independiente de éste.
El templo es un espacio ideal por su sencilla belleza, luminosidad y amplitud, el presbiterio lo preside una imagen de Cristo crucificado, réplica a mayor escala del creado por el padre jerónimo José María Aguilar, mientras que una celosía de tubos de órgano complementa este proyecto ciertamente innovador. Destaca la mesa de altar en piedra, donde se ha colocado el mejor símbolo de la historia de este monasterio, las reliquias de los Santos Mártires procedentes de San Román (Medinacelli), en un relicario de plata y protegidas por un cristal.
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Dirección
constantina
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