La iglesia, que sufrió una notable reforma en el siglo XVIII bajo la dirección del arquitecto Pedro Díaz Palacios, se presenta con una estructura de tres naves separadas por columnas, destacando en su nave central una imponente bóveda de medio cañón. En su capilla mayor, una magnífica bóveda semiesférica resguarda pinturas de valor artístico incalculable, enmarcando la devoción local con una estética sublime.
Sin duda, uno de los elementos más emblemáticos es su torre, coronada por una cúpula azul que resplandece contra el telón de fondo de la serranía. Esta torre, una de las más antiguas de la región, es un faro visual que ha guiado a generaciones de lugareños y visitantes hacia el espíritu religioso y cultural de Algatocín.
Dentro de sus muros sagrados reposan las imágenes de Nuestra Señora del Rosario y San Francisco de Asís, patronos venerados que presiden el altar junto a otras figuras sacras del siglo XVIII. Cada detalle, desde las esculturas hasta los frescos en las bóvedas, cuenta una historia de fe arraigada en la comunidad.
Desde las alturas de la iglesia, la mirada se extiende hacia la Ermita del Santo Cristo, un santuario que se alza con modestia en la cima del pueblo. Reconstruida a finales del siglo pasado, esta ermita ofrece un mirador privilegiado sobre la vasta Serranía de Ronda. Según cuenta la leyenda, en noches oscuras, las luces que los habitantes encendían para el Santo Cristo servían como guía para los marineros en el Estrecho de Gibraltar, una conexión mística entre el pueblo y el mar que aún perdura en la memoria colectiva.
El ascenso hacia la ermita desde la calle Alta es una experiencia en sí misma, pasando junto al antiguo lavadero de Algatocín, un vestigio histórico donde las mujeres del pueblo solían reunirse para lavar la ropa mientras compartían historias y chismes. Este camino escarpado está lleno de nostalgia y recuerdos, un testimonio vivo de la vida cotidiana que ha moldeado la identidad de Algatocín a lo largo de los siglos.
