La Ermita del Santo Niño no solo es un lugar de culto, sino también un símbolo de resistencia y adaptación. En tiempos pasados, esta estructura religiosa fue adaptada para servir como cuartel militar, mientras que una de las torres del castillo fue destinada a polvorín, evidencia de su importancia estratégica en la defensa del territorio.
Al adentrarse en la ermita, los visitantes son recibidos por una arquitectura de mampostería que combina robustez con elegancia. El exterior, con su pequeño atrio, invita a contemplar la serenidad del entorno montañoso que rodea al Castillo del Águila. Sin embargo, es en el interior donde la ermita revela su verdadero esplendor.
El espacio interior de la Ermita del Santo Niño se divide en dos naves, cada una con detalles arquitectónicos que reflejan períodos históricos distintos. Los techos están adornados con preciosas yeserías, destacando los recargados florones de estuco que adornan la cúpula y la capilla lateral. Estos elementos decorativos no solo embellecen el espacio, sino que también atestiguan la habilidad artística y la dedicación de los artesanos del pasado.
Uno de los tesoros más preciados de la ermita es la talla policromada de San Juan de Dios, una figura venerada que ocupa un lugar central en la devoción de los fieles locales. La presencia de esta imagen histórica añade un sentido de espiritualidad y conexión con las tradiciones religiosas arraigadas en la comunidad de Gaucín.
Visitar la Ermita del Santo Niño es adentrarse en un mundo de historia y fe, donde cada piedra y cada detalle arquitectónico cuenta una historia fascinante. Es un lugar que invita a la reflexión y al asombro ante la habilidad humana para construir y preservar estructuras que traspasan los límites del tiempo.